Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1854-1856 (Cortes Constituyentes de 1854 a 1856)
Sesión: 18 de enero de 1855
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Discurso
Número y páginas del Diario de Sesiones: nº 61, 1.450, 1.452
Tema: Incompatibilidad del cargo de Diputado con el de empleado público

El Sr. SAGASTA: No teman los Sres. Diputados que yo vaya a distraer por mucho tiempo su atención. Estoy convencido de que aquí necesitamos ganar mucho el tiempo, más de lo que hasta aquí lo hemos ganado, y en este concepto, lo mismo ahora que cuantas veces tenga la honra de dirigirme a las Cortes, procuraré ser breve, tan breve como me sea posible.

Debo ante todo manifestar que soy un funcionarlo público, si bien no debo ni puedo nunca deber mi destino a la amistad, al favor o a la influencia, cosas todas que para eso desprecio altamente. Pero de cualquier modo, yo percibo sueldo del Erario público; y como quiera que por encima de toda consideración me he propuesto cumplir leal y fielmente la alta misión que me está encomendada, debo apoyar la enmienda que se discute, como pensaba apoyar el dictamen de la mayoría, porque en mi ánimo, en mis deseos, en mi conciencia están las ideas que en ella se manifiestan. Así pensaría siendo particular, siendo independiente, y no ha de variar mi opinión seguramente porque sea un funcionario público.

Dice el art. 4º. " Los Diputados que sean a la vez empleados del Gobierno en activo servicio, dejarán de percibir su sueldo desde que se separen de sus destinos para venir a desempeñar la diputación, hasta que vuelvan a servir sus empleos. "

Y leo el art. 4º, sin embargo de que se está discutiendo la enmienda, porque no comprendo que ésta pueda separarse del art. 4º, a no ser que queramos prescindir de la justicia. Dice la enmienda: " Los [1.450] Diputados que sean empleados del Gobierno en activo servicio, dejarán de percibir su sueldo desde el día que sean admitidos en el Congreso. "

 Y, señores, si bien yo no considero necesaria esta medida por el temor de que la participación de los sueldos de algunos Diputados disfrutan como empleados pueda afectar a las resoluciones de la Cámara, la creo justa, más, la creo indispensable para la dignidad de los mismos empleados.

Y digo, Sres. Diputados, que yo no creo necesaria esta medida por el temor que acabo de referir, porque no quiero, no debo, no puedo suponer, ni aun imaginando siquiera que pueda haber aquí un empleado, sea cualquiera su clase, cualquiera que sea su categoría, porque en el hecho de sentarse en estos escaños es un digno diputado, capaz de sacrificar su conciencia por la participación de su sueldo. Mal podría yo suponer esto, Sres. Diputados, si por mí hubiera de juzgar a los demás; y mucho menos podría suponerlo recordando la historia de las diversas legislaturas, en las cuales ha sucedido con mucha frecuencia que los más violentos ataques, las más enérgicas oposiciones hechas a los Gobiernos lo han sido por funcionarios públicos cobrando sueldo del Estado. Sin necesidad de ir muy lejos, tengo mucho gusto en recordar en este momento la noble conducta que algunos dignísimos generales y otros funcionarios han seguido en época bien reciente, y que se sientan en estos bancos; y veo ahora con suma satisfacción la independencia con que están obrando en las actuales Cortes Constituyentes muchos empleados que pertenecen a ellas y cobran sueldos del Gobierno.

iAh señores! Si hubiéramos de temer que la participación de los sueldos que como empleados disfrutan algunos Sres. Diputados pudiera influir en su ánimo hasta el punto de que obrasen contra su conciencia adhiriéndose a los Gobiernos ¿cómo remediar el mal, cuando tiene que haber muchos, muchísimos Diputados que si no quieren, que si no desean, que se no piden nada para sí, quieren, desean y piden mucho para sus amigos, para sus parientes, para satisfacer los muchos compromisos de que se ven rodeados? Yo bien sé que la Comisión pudo poner un remedio a este mal; yo bien sé que la Comisión pudo ir más adelante; yo bien sé que la Comisión pudo llegar hasta donde llegan los deseos de algunos Sres. Diputados; hasta donde se ha llegado en la infancia de casi todos los gobiernos representativos más acreditados, hasta donde han llegado las Cortes de Cádiz, que aquí se han citado tantas veces como modelo en esta materia.

Pero esto hubiera producido un mal mucho mayor; hubiera sido peor el remedio que la enfermedad. Las Cortes de Cádiz se encontraron en circunstancias extraordinarias tenían un obstáculo terrible, una rémora odiosa en el Consejo de Regencia interino, que, opuesto al espíritu reformador que las dominaba, intentó cuantos medios se pueden imaginar para desvirtuar las Cortes y desprestigiarlas ante el país, y no se olvidó, como era consiguiente, de aquel a que con fruto desgraciadamente suelen apelar los enemigos de la libertad.

Se intentó, pues, ganar la voluntad de aquellos dignos Diputados ofreciéndoles gracias, condecoraciones y destinos. Y aquellas Cortes que conocieron este ataque, ¿ qué debieron haber hecho? Lo que hicieron para honra suya y gloria del país: aprobar una proposición presentada por uno de sus dignos individuos, por el célebre Diputado Sr. Capmany, en la cual se consignó que los Diputados no pudieran solicitar ni admitir empleos, nombramientos ni gracias de ninguna especie para sí ni para nadie. Pero, señores, ¿nos encontramos hoy en aquellas circunstancias? ¿Acaso tenemos un Gobierno qua trate de dominar a la Asamblea por reprobados medios? ¿Por ventura el Gobierno actual pretende ganar la voluntad de los Sres. Diputados, imagina siquiera comprar sus conciencias por medio de destinos, por medio de empleos, por medio de gracias? No; yo no lo creo, yo no lo puedo creer. Pues si no estamos en aquellas circunstancias, ¿podría la Comisión haber ido más adelante de lo que ha ido? ¿Podría haber llegado hasta donde llegan en este punto los deseos de algunos señores Diputados? Yo creo que no; porque sin las razones apremiantes que tuvieran los legisladores de Cádiz para adoptar semejante medida, hubiera caído en los gravísimos inconvenientes que ésta lleva consigo.

 Interrumpidas así y casi rotas del todo las relaciones de los Representantes del país con el Gobierno, ni aquellos podrían manifestar a éste convenientemente los deseos, la conveniencia, las necesidades, la felicidad del país, ni el Gobierno satisfacerla tan pronto y cumplidamente como es de desear. Los intereses del país exigen que entre sus Representantes y el Gobierno existan ciertas relaciones, ciertos vínculos, sin los cuales la Nación quedaría huérfana. Pero cuidado, señores, que estas relaciones y estos vínculos deben tener cierto límite; porque si el Diputado, olvidándose de los intereses generales del país, sólo atiende a su interés particular, estas relaciones y estos vínculos pueden convertirse en una muralla contra la cual se estrellen el poder, la voluntad de la Nación; estas relaciones y estos vínculos pueden originar, como desgraciadamente acaba de suceder, una opresión más odiosa aún que la del despotismo, puesto que se ejercería bajo el falso manto del régimen representativo. Pero en sus justos límites estas relaciones y estos vínculos son beneficiosos al país, y no pueden existir con el acuerdo de las Cortes de Cádiz, con los deseos de algunos Sres. Diputados.

La Comisión ha ido, pues, hasta donde debía de ir. Pero dije en un principio que si yo no considero necesaria esta medida bajo el punto de vista que acabo de examinar, la considero justa. El empleado tiene su sueldo por ejercer su destino, por trabajar, desde el momento en que abandona su puesto, desde el momento en que no trabaja, no debe tener sueldo; esto, señores, no necesita demostración.

Pero para mí hay una consideración más elevada, hay una razón de más fuerza: la de dignidad de los mismos empleados. A las votaciones de éstos, cuando casualmente son favorables a los Gobiernos, se les da en general una interpretación viciosa; se les da una significación que quizá no tengan nunca, que yo creo que no tienen jamás, y en el deber del Diputado está, no sólo cumplir con dignidad su encargo, no sólo proceder con independencia, sino hacerlo de manera que de ello no pueda quedar duda de ningún género. No basta sólo ser bueno, es necesario parecerlo; y si esta máxima es conveniente a los Gobiernos y a los funcionarlos públicos; si éstos, lo mismo que aquellos necesitan no solo obrar bien, sino inspirar la más completa confianza, ningún cargo hay en la Nación, Sres. Diputados, absolutamente ninguno, que necesite sobresalir más en estas bellas cualidades que el digno, el elevado de representante del país.

Por estas razones y otras muchas que fácilmente se ocurren, y que yo no me detengo a enumerar por que [1.451] quiero ser breve y porque con ello creería ofende la ilustración de los Sres. Diputados, me atrevo a suplicar a las Cortes que se dignen aprobar la enmienda en cuestión, por ser una justa consecuencia del art. 4. del dictamen de la Comisión. He dicho.



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